DÍA DEL IDIOMA ESPAÑOL

Escribe Yilda Ruiz Monroy
Muy orgullosos nos sentimos quienes tenemos por lengua nativa la misma de Cervantes: es una de las más habladas del mundo, ocupa una gran extensión geográfica, varios de sus hijos han sido galardonados con el Premio Nobel de Literatura, ha producido plumas excelentes en todos los temas imaginables, el Quijote es el libro más vendido en el mundo[1], etcétera. Es decir, nos llenamos de razones innegables para sacar pecho por nuestro idioma.
No obstante, una reflexión con un lente que nos aproxime un poco más a la verdad de forma indefectible debe tener en cuenta otras verdades quizá no tan halagüeñas como las citadas en el párrafo anterior. Específicamente hablando de América Latina, tomemos como rasero las siguientes preguntas, aunque podríamos agregar muchísimas más:
¿Cuánto tiempo empleamos los latinoamericanos en leer?
¿Cuántos libros lee en un año un latinoamericano promedio?
¿Qué leemos los latinoamericanos?
¿Para qué usa la lectura un latinoamericano promedio (para tomar el medio de transporte, para enterarse de los titulares de prensa, para leer el recibo de luz, para educarse o para recrearse)?
¿Es la lectura un placer o un deber?
¿Para cuántos de nosotros es un placer leer un libro relacionado con la profesión u oficio?
¿Cómo nos comparamos con otras regiones del mundo?
¿Cuántas bibliotecas existen o cuántas se construyen por número de habitantes en América Latina?
¿En qué países se lee más?
¿Tenemos el hábito de usar el diccionario?
¿Sabemos usar el diccionario?
¿Qué hacemos cada vez que nos topamos con una palabra desconocida (adivinar el significado, “sacarlo por el contexto”, preguntar a otra persona, usar el diccionario, pasar de largo y seguir adelante)?
Estas y otras interrogantes empezaron a rondarme la cabeza a raíz de leer la entrevista que concedió Enrique González Villa, presidente de la Cámara Colombiana del Libro, al diario colombiano La República, sobre los hábitos de lectura de los colombianos en 2018. Según González, en Colombia se vende menos de un libro al año por habitante, y se leen aproximadamente 2.7 libros por persona por año.
Si miramos el panorama latinoamericano general, el asunto es ligeramente menos doloroso, como se ve en los datos que arrojó la Encuesta Latinoamericana de Hábitos y Prácticas Culturales 2013, llevada a cabo por la Organización de los Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura. El estudio se basó en una muestra de 1200 respondientes por país. He aquí una gráfica general de ese estudio, que enseña la media de libros leídos por persona por año en cada país latinoamericano, así como la media general de todos los países latinoamericanos (3.6).
En esta gráfica se proporcionan los datos generales de lectura, sin hacer distinción entre lectura por mero placer y lectura por deber. Tampoco se estratifica por nivel socio-económico-educativo ni por sexo.
Siendo la lectura la actividad por excelencia que enriquece la vida, informa, educa, motiva, cuestiona, contrasta, acicatea la curiosidad, da capacidad de relación, abre horizontes, disciplina el pensamiento y forma el carácter, es preocupante —por decir lo menos— que ni siquiera el país en donde más se lee en América Latina (México: 6 libros/persona/año) aparezca en la lista de los 10 países del mundo donde más se lee[2].
Además, como estas cifras son promedios, deberemos tener en cuenta que por cada lector ávido (tomemos como ejemplo una persona que lea 30 libros al año), hay muchos que no leen nada o casi nada. En resumen: si la media para toda América Latina es 3.6, y si un lector ávido lee 30 libros al año, quiere decir que esa persona está leyendo por 8.3 personas que no leen nada.
“Por eso, si hemos de celebrar el Día del Idioma Español, propongo que nosotros —traductores e intérpretes— seamos semillas que, con el ejemplo, contribuyamos a formar nuevas generaciones de lectores”.
¿Entonces qué calidad de idioma hablamos, escribimos, leemos y entendemos? ¿Con cuánta corrección gramatical escribimos la frase más sencilla? Sería muy interesante hacer un estudio sobre cuánto se usa el diccionario en América Latina, y cuánto se sabe usar. Este estudio debería incluir también la cifra de los hogares que cuentan con un diccionario de español (sin importar el tamaño). En mis años de estudiante —que son muchos— y de maestra del idioma —que son un poco menos—, he podido comprobar de cerca que el uso del diccionario es muy escaso; y si se usa, se desconoce una buena parte de la información que ofrece (abreviaturas, etimología, clasificación morfológica, entre otros).
Por lo anterior, y aunque las cifras puedan variar de un año a otro (¡ojalá positivamente!), la realidad es desalentadora. Mientras no haya políticas educativas que se preocupen de verdad por enseñar a leer (léase “pensar”), y mientras los mismos maestros no pasen por un proceso de transformación que los convierta en buenos lectores, seguiremos en las mismas condiciones.
Por eso, si hemos de celebrar el Día del Idioma Español, propongo que nosotros —traductores e intérpretes— seamos semillas que, con el ejemplo, contribuyamos a formar nuevas generaciones de lectores. Con ello me refiero no meramente a pronunciar los signos escritos[3], [4], sino a desarrollar la capacidad crítica; lectores que “no traguen entero”, sino que sean fuente de inquietud y nuevas creaciones.
¡Cuando eso suceda, habrá un verdadero motivo para celebrar cada 23 de abril, con bombos y platillos, el Día de la Lengua Española!
Las opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de la autora y no necesariamente coinciden con las de la División de Español.
[1] Dato tomado de Global English Editing sobre los libros de mayor venta en el mundo.
[2] Ibid.
[3] Analfabetismo funcional: incapacidad que tiene un individuo para aplicar competencias de lectoescritura y de cálculo de forma eficaz para la realización de tareas cotidianas. (Euston)
[4] N de la A: El analfabeto funcional “sabe leer”, pero su nivel de comprensión es muy básico: el aviso del metro, un titular de prensa, una tira cómica, etc. Aunque, en teoría, podría “leer” un libro, no entendería prácticamente nada. El analfabeto total, en cambio, desconoce los símbolos escritos, y no puede leer nada.
Yilda Ruiz Monroy ha sido intérprete, traductora y revisora de textos durante más de 30 años, y es la autora del blog Herederos de Cervantes. Siempre se ha empeñado en el estudio, cuidado y enseñanza de la gramática del castellano. Ha escrito numerosos artículos sobre la lengua, y también ha sido ponente en varios congresos internacionales. Ha dado recitales de poesía propia y ajena en Colombia y en México.
Contacto: yilda@seamlessvoices.net.