Yo no hubiera sido tan categórico

INTRODUCCIÓN
ENCUENTRO CON RAMÓN ALEMÁN
Uno de mis pasatiempos favoritos es deambular por la red buscando cosas interesantes relacionadas con la profesión. Fue así como hace unos meses me topé con un libro cuyo título llamó mi atención inmediatamente: La duda, el sentido común y otras herramientas para escribir bien, de Ramón Alemán.
Leerlo fue tan entretenido e ilustrativo como el título mismo. Fue una manera amena de ponerle lógica al asunto de escribir bien. He aquí una muestra de algunos de los sugerentes nombres de artículos que encontré en el índice: ¿Cuántas palabras tiene una carcajada?, Bin Laden y la letra “h”: dos puñeteros, Mayúsculas y minúsculas navideñas, ¿Problemas con tus ex?
De la mano del autor me reí a veces al mismo tiempo que aprendía, reaprendía o simplemente repasaba temas del diario trajinar de nuestra profesión.
Aprovechando un viaje que yo tenía previsto por España, y específicamente a la isla de Tenerife, donde vive Ramón (lo llamo así ahora que somos amigos), le escribí para ver si podíamos conocernos personalmente. Mi propuesta fue aceptada inmediatamente. Así, pues, el 21 de abril de este año Ramón nos llevó a mi esposo y a mí a conocer su rincón del mundo cuyo recodo más emblemático es el volcán Teide. Mi primera sorpresa fue su acento venezolano, pero él me explicó que se debía a todos los ires y venires de las migraciones entre canarios y venezolanos. El día se fue en lo que pareció un minuto y así comenzó una gran amistad personal y profesional.
ALFOMBRA ROJA
Esta nueva sección de Intercambios se propone abrir un espacio especial para autores que aportan de manera sobresaliente a la traducción, a la interpretación o a la revisión de textos. El campo de Ramón es este último.
Por razones que no entiendo, la gramática se ha granjeado la fama de ser un tema tedioso, difícil y pasado de moda. Con frecuencia encontramos hablantes que creen que la diéresis “no tiene caso”, que las mayúsculas son arcaicas, y que es muy sexi escribir sexy.
Si usted, amigo lector, busca una manera de aprender o de enseñar gramática como si se tratara de una novela por entregas, le recomiendo este libro. Puedo asegurarle que cada artículo instila el deseo de leer el siguiente.
El hecho de que sea José Martínez de Sousa quien prologue esta obra es de por sí una recomendación de muy alto coturno. Pero, además, encuentro otros méritos no menos estimables: uno de ellos es el respeto que el autor deja traslucir por la lengua que se habla en territorio americano. Y es que tiene mucha razón cuando asevera que en la actualidad los hablantes americanos somos una enorme mayoría en comparación con los europeos, y que la lengua echó raíces propias, y adquirió carta de ciudadanía en esta parte del mundo.
Tal vez esa amplia mirada panhispánica se deba a que, sin dejar de ser español, Ramón es esencialmente canario. Eso significa que ha vivido de primera mano el contacto con Venezuela, territorio hacia el que ha habido varias migraciones. Ya en tiempos prebolivarianos y bolivarianos fueron muchos los canarios que hicieron su nido en territorio venezolano (el mismo Libertador era de origen canario). Luego, con la dictadura franquista, numerosos “barcos fantasmas”[1] zarparon de las Canarias llevando españoles que buscaban nuevos horizontes en Venezuela. Y ahora, con la situación actual de este país, la nueva migración es en sentido contrario: de Venezuela hacia las Canarias.
Otra virtud que encuentro en su libro es la humildad. “Más alarmante que el no saber es la falta de conciencia de ese no saber”, dice Manuel Seco. De esta sabia máxima se hace eco Ramón Alemán en Retiro lo escrito, en el que rectifica un artículo anterior sobre la palabra “resiliencia”. Admiro el valor que se requiere para aceptar que, en nuestra condición de humanos, todos cometemos errores.
Por todo lo anterior, Intercambios tiende la alfombra roja por primera vez, para que por ella pase… Ramón Alemán.
Yo no hubiera sido tan categórico
Una concejala del Ayuntamiento de Madrid cometió el otro día dos faltas de ortografía al escribir un pequeño texto en la red social Twitter. Y, como es habitual en estos casos, el personal se lanzó al cuello de la mujer para tomarle un poco el pelo. Un tuitero decía: “Dos faltas de ortografía en 140 caracteres tampoco es para que te llamen ignorante, pero repasa un poco…”. A este tuit, otro individuo contestaba así: “Posiblemente si lo hubiese escrito ella misma hubiese tenido 139”. Y un tercer tuitero le respondió al segundo en estos términos: “Se escribe: ‘Si lo hubiese escrito… habría tenido’”. Este tercer tuit tenía por objeto señalarle al autor del segundo un supuesto error gramatical, pues empleó el subjuntivo donde debería haber usado el condicional. Eso al menos es lo que pensaba el autor de la reprensión, pero se equivocaba: el texto del segundo tuitero, con ese subjuntivo repetido (hubiese escrito/hubiese tenido), es absolutamente correcto.
Yo, que pasaba por allí, le respondí al tuitero número tres que su afirmación no era del todo cierta y le recomendé que consultara la Nueva gramática de la lengua española (Espasa, 2010), de la Real Academia Española, pero el hombre (o mujer, no tengo la menor idea) seguía en sus trece y me contestó que su punto de vista era “totalmente cierto”, a lo que añadió: “Solo caben ‘tendría’ o ‘habría tenido’. No hay más”. A eso lo llamo yo ser categórico. En defensa de su argumento, el tuitero número tres me facilitó el acceso a un blog en el que venían a afirmar más o menos que si decimos “Yo dormiría mejor en mi casa”, pero no decimos “Yo durmiese mejor en mi casa”; podemos decir “Yo habría dormido mejor en mi casa”, pero no “Yo hubiese dormido mejor en mi casa”.
“En nuestra lengua tenemos fenómenos que no precisan explicación; basta con describirlos y aceptarlos, porque son tan naturales y espontáneos como respirar”.
Pues bien, tanto el autor de ese blog como el tuitero número tres cometieron el error de creer que la lengua es algo así como las matemáticas, en las que una regla de tres va a misa y todo se rige por la lógica más absoluta. Si fuera así, me gustaría que alguien me explicara por qué usamos a veces el futuro de indicativo cuando lo lógico sería emplear el presente (por ejemplo, cuando decimos “¿Qué querrá ahora?”) o el pretérito de subjuntivo cuando aparentemente deberíamos usar el de indicativo (por ejemplo, cuando decimos “El que fuera alcalde de Nueva York…”). Sí, amigos, el señor número tres se equivocó de cabo a rabo, pero como Twitter es un foro demasiado estrecho para explicarle las razones, yo le prometí que abordaría el asunto más detenidamente.
Frente a la lógica matemática que aplicó aquí el tuitero número tres —un razonamiento que, visto aisladamente, es demoledor—, en asuntos lingüísticos hay que ir por otros caminos, y estos caminos son los de las mayorías abrumadoras, los de los encantadores caprichos del idioma y los de la consolidación de determinados usos, por absurdos que parezcan. La inamovible precisión de una regla de tres es un sendero que no debemos transitar cuando se trata de algunas cuestiones relacionadas con el buen uso del español.
En nuestra lengua tenemos fenómenos que no precisan explicación; basta con describirlos y aceptarlos, porque son tan naturales y espontáneos como respirar. A la extraña y maravillosa voltereta idiomática que citaba más arriba, esa que consiste en usar el futuro de indicativo cuando lo lógico sería emplear el presente, le pone la Academia tres nombres: futuro de conjetura, futuro de probabilidad y futuro epistémico. Yo hablaba tiempo atrás de estos futuros que son presentes y decía de ellos que son legítimos y que no hay motivo alguno para censurarlos, pues se dan en ellos dos condiciones: los interlocutores se entienden y ese uso es algo propio de una ingente mayoría de hispanohablantes y no solo de unos pocos.
Bien, pues lo mismo cabe decir del capricho por el cual a veces empleamos el pretérito pluscuamperfecto de subjuntivo en lugar del condicional compuesto en las apódosis (o sea, en las oraciones principales) de construcciones condicionales. Todos los buenos manuales de gramática recogen este fenómeno, pero no lo critican, pues forma parte de la naturaleza de nuestro idioma a pesar de que si lo analizamos desde una perspectiva matemática puede resultar ilógico.
Veamos qué dice sobre este asunto la Nueva gramática de la lengua española, de la Academia. De entrada, aclaremos que esta obra emplea el verbo cantar cuando ilustra con ejemplos las explicaciones que da, y lo mismo haré yo. Señala la Nueva gramática que hubiera cantado posee en la lengua actual ciertas propiedades modales de las que carece cantara. Dicho de otro modo: no se puede hacer una regla de tres matemática en la que se establezca una relación igualitaria entre el pretérito pluscuamperfecto de subjuntivo (hubiera/hubiese cantado) y el pretérito imperfecto de subjuntivo (cantara), pues, como advierten los gramáticos, el primero tiene ciertos poderes que no posee el segundo, de tal manera que, mientras nos puede parecer rara la oración “Si tuviera que opinar sobre eso, yo no fuera tan categórico”, no nos lo parece esta otra: “Si hubiera tenido que opinar sobre eso, yo no hubiera sido tan categórico”. Al menos no nos lo parece a cientos de millones de hispanohablantes.
Sigamos con la Nueva gramática. Añade esta obra que tenemos un tipo de subjuntivo —llamado “no inducido”— en el que hubiera/hubiese cantado “admite libremente la alternancia con habría cantado, como en Me {habría ~ hubiera} gustado trabajar con él. Si bien la preferencia de hubiera por habría es mayor en el español americano que en el europeo —continúa el manual académico—, se admiten ambas formas en uno y otro”. (Hagamos un inciso para explicar que el otro subjuntivo, el inducido —que no tiene nada que ver con el asunto que tratamos hoy—, “solo aparece si es seleccionado o inducido por algún elemento gramatical”, explica la Academia. Por ejemplo, si decimos “No sabía que hubieras estado esta mañana en la oficina”, ese hubieras estado es un subjuntivo inducido por no sabía. En estos casos no es posible alternar el subjuntivo con el condicional, por lo que no es correcto decir “No sabía que habrías estado esta mañana en la oficina”).
Ahora vayamos con Leonardo Gómez Torrego —uno de los más extraordinarios gramáticos que ha parido nuestro país—, que, en su Gramática didáctica del español (Ediciones SM, 2011), dice lo siguiente sobre las construcciones condicionales: “Si la prótasis [o sea, la parte que indica cuál es la condición] lleva el verbo en pretérito pluscuamperfecto [de subjuntivo], el de la apódosis puede aparecer en ese mismo tiempo”. Y pone este ejemplo: “Si lo hubiera sabido, hubiera ido”. Por lo tanto, si tenemos la prótasis “si lo hubiese escrito ella misma” (ahí tenemos un pretérito pluscuamperfecto de subjuntivo), su apódosis puede ser “hubiese tenido 139”, o sea, puede tener el mismo tiempo verbal que la prótasis.
Para no extendernos más, digamos solamente que en los “Desarrollos gramaticales” del Diccionario de uso del español (Gredos, 2016), de María Moliner, también se explica, de manera similar, este fenómeno. En consecuencia, tenemos que tres extraordinarios guardianes de la lengua —la Academia, Gómez Torrego y María Moliner— describen y respetan este uso aparentemente pintoresco del subjuntivo en las apódosis (en realidad lo hace todo gramático que se precie). Por lo tanto, ¿tenía razón el tuitero número tres al lanzar su condena y al defenderla de manera tan categórica? Definitivamente, no.
Hay que decir, por último —y siguiendo con las enseñanzas de la Nueva gramática académica—, que en Venezuela, República Dominicana, Cuba, Costa Rica, Puerto Rico, Honduras y otras áreas de América es normal en algunos ámbitos emplear, en la apódosis, el subjuntivo —en lugar del condicional— también en la forma simple (cantara), y no solo en la compuesta (hubiera cantado), de tal manera que en esos países no les resultaría extraño escuchar “Si tuviera que opinar sobre eso, yo no fuera tan categórico”. Esta es una de tantas huellas que dejó aquel español clásico que surcó el Atlántico hace cinco siglos, y en España aún la encontramos en expresiones como “Si hubieras sido más prudente, otro gallo te cantara” o “Quisiera irme ya” (aunque en esta última no hay prótasis). En resumidas cuentas, la regla de tres que puso sobre la mesa aquel tuitero no solo era de muy difícil aplicación en el caso que nos ocupa, sino que, por lo que a venezolanos, dominicanos, cubanos, costarricenses, puertorriqueños y hondureños respecta, también estaba mal planteada.
Como hemos podido comprobar, la relatividad no es asunto exclusivo de físicos y matemáticos; también en la lengua las cosas dejan de ser lo que parecen desde el momento en que nos damos cuenta —con tolerancia, modestia y asombro— de que no hay nada inmutable.
[1] Se llamaban “barcos fantasmas” a los barcos llenos de emigrantes españoles que, en tiempos del dictador Franco, zarpaban de las Canarias, se perdían en el horizonte, y reaparecían 40 días después en Venezuela.
Ramón Alemán (Tenerife, islas Canarias, 1966) comenzó su actividad profesional como periodista en 1991, aunque desde hace veinte años se dedica casi de manera exclusiva a la corrección de textos. En 2010 creó la empresa Lavadora de textos y un blog del mismo nombre, cuyos artículos, sobre el buen uso de la lengua española, tienen amplia difusión tanto en España como en Hispanoamérica (en Colombia, el diario El Tiempo comparte con los lectores de su versión electrónica los textos de esta web). Ha publicado dos libros: Lavadora de textos, con prólogo de Alberto Gómez Font (de la Academia Norteamericana de la Lengua Española), y La duda, el sentido común y otras herramientas para escribir bien, prologado por el ortógrafo José Martínez de Sousa. Además de su trabajo cotidiano como corrector de textos, Ramón Alemán es en la actualidad responsable —a través de Lavadora de textos— de los servicios de asesoramiento lingüístico para el Gobierno de Canarias y de corrección ortotipográfica para el Servicio de Publicaciones de la Universidad de La Laguna (Tenerife).